Eduardo López Collazo
En 1992 Eduardo López Collazo cursaba el 5to año de Física Nuclear en el Instituto Superior de Ciencias y Tecnologías Nucleares (ISCTN), adscrito por entonces a la Secretaría Ejecutiva de Asuntos Nucleares (SEAN), y desarrollaba una línea de investigación que tributaría a su tesis de grado en el Centro de Ingeniería Genética y Biotecnología (CIGB), garantizando su posterior ubicación laboral en esa institución científica. A pesar de su trayectoria académica de excelencia le fue vetada la posibilidad de empleo, en ese y otros centros de investigación, al ser censurado por haberse opuesto a la expulsión de un colega por motivos de orden político.
Desde 1990 Eduardo estaba insertado en proyectos de primer nivel en la División de Química-Física del CIGB habiendo pasado, para 1992, por el laboratorio de Espectrometría de Masas hasta llegar al de Química de Proteínas donde se trabajaba en la obtención de una insulina humana recombinante. Su experticia le había ganado el reconocimiento de los científicos a cargo, quienes solicitaron a la universidad que fuese liberado de cursar la malla curricular del semestre previo a la discusión de tesis, procurando que se involucrara únicamente en la investigación. Coloquialmente profesores y colegas convinieron que “Eduardo sólo no se queda en el CIGB si le tira una piedra al espectrómetro de masas”.
En medio de jornadas de trabajo que, en cualquier dependencia del Polo Científico, implicaban permanecer entre 12 y 14 horas de lunes a viernes más los sábados hasta las 5:00 PM, Eduardo y tres compañeros de estudios manifestaron su desacuerdo y pidieron un análisis de la medida de expulsión aplicada a un investigador que en su mural personal escribió “hoy la soga sabía a bacalao”. El autor de la frase jocosa había ironizado acerca de la mala calidad de la alimentación de los trabajadores en el centro.
Los estudiantes se comunicaron con un dirigente de la Unión de Jóvenes Comunistas (UJC) para que canalizara la inquietud ante los decisores en el CIGB, ya que contaban con la objetividad de esos profesionales al reevaluar los hechos. No obstante, al ser citados a una reunión en una sala de seminarios donde aspiraban a exponer sus argumentos y obtener justicia para el colega segregado, fueron increpados por un grupo de científicos relevantes que, en presencia de dirigentes del Partido Comunista, los acusó de desviados ideológicos, entre otras imputaciones peyorativas.
Eduardo apeló a la formación académica de los que guiaban el encuentro y, en varias ocasiones, preguntó a la investigadora más exaltada si había leído la frase, a lo que esta replicó que no le hacía falta para considerar que estaba “mal y punto”. Al constatar la imposibilidad de que se aquilatara racionalmente la trascendencia del hecho que daba origen a la polémica, el joven comprendió que se trataba de un sinsentido continuar insistiendo.
Después del incidente, el estudiante continuó con su rutina de trabajo manteniéndose enfocado en la elaboración de su tesis, la cual se discutiría en el mes de junio. El evento académico se realizó en el CIGB ante un tribunal conformado, mayoritariamente, por científicos de esa institución. Una investigadora trató, infructuosamente, de sabotear el ejercicio de defensa con cuestionamientos al margen del tema a los que el tesista supo responder satisfactoriamente. El jurado calificó de sobresaliente el proceso de investigación y su exposición premiando al ponente con la máxima calificación.
En julio de 1992, el recién titulado físico nuclear Eduardo López Collazo asistió a la reunión de ubicación en el CIGB con el resto de los graduados que habían trabajado allí por años y donde se definirían las plazas a ocupar. Para su sorpresa, no estaba incluido en la nómina propuesta. Sin que mediara explicación alguna quedaba cancelado por la institución científica más importante del país, en la que había cifrado sus ambiciones profesionales desde que iniciara estudios universitarios.