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Discurso pronunciado por Fidel Castro, Presidente de la República de Cuba, en la inauguración del IV Congreso del Partido Comunista de Cuba, el 10 de octubre de 1991

El IV Congreso del Partido Comunista de Cuba se celebró en circunstancias muy peculiares. El país se sumergía rápidamente en una de las peores crisis de su historia, conocida como “Período Especial”. Las palabras inaugurales de Fidel Castro definirían la tónica del Congreso y de la respuesta gubernamental a la crisis, transmitiendo, sobre todo, la determinación de no emprender sino reformas mínimas e indispensables para garantizar la sobrevivencia del sistema vigente, sin renunciar al monopolio político e ideológico mantenido durante décadas por el Partido Comunista de Cuba y la camarilla gobernante.

 

Esto significó la renuncia a cualquier forma de apertura y llevó a mantener la dinámica represiva del régimen frente a cualquier signo de discrepancia, tal y como puede apreciarse en dos de los casos que son presentados en este informe, los de Thais Pujol Acosta y Heriberto Leyva Rodríguez, relacionados con el momento histórico del discurso y con los acontecimientos que en él se abordan.

 

Fidel Castro inició su intervención señalando, precisamente, las dificultades que enfrentó la organización del congreso y la incertidumbre provocada por los hechos que ocurrían en la Unión Soviética. Llegó, incluso, a afirmar que se trataba de un congreso en armas, acudiendo una vez más a la retórica militarista que regularmente era empleada como trasfondo de las prácticas represivas. El discurso hacía extensas referencias a la desaparición del campo socialista en el este de Europa y a la crisis soviética y lo que representaba para la economía cubana, una economía abierta, dependiente del comercio exterior, que perdía el 85% de sus mercados.

Más adelante, sin embargo, exponía con tono optimista las medidas, a todas luces insuficientes, que se estaban adoptando para contrarrestar una crisis de las dimensiones descritas: programa alimentario, desarrollo del polo científico, inversión en el turismo, creación de empresas mixtas con participación de capital extranjero.

 

En el discurso fue mencionado también el proceso de reformas ocurrido en la Unión Soviética y conocido como Perestroika. Un proceso que tuvo repercusiones en Cuba y numerosos simpatizantes que, como Heriberto Leyva Rodríguez, vieron en él la oportunidad de reformar el socialismo y hacerlo no sólo más eficiente económicamente sino también más abierto y transparente en materia de derechos civiles, políticos y sociales.

 

De hecho, el fenómeno reformista soviético tenía dos dimensiones, la Perestroika o reestructuración del sistema económico y la glásnost o apertura del sistema político. Esta última ni siquiera recibió una mención por parte de Castro y, por lo general, el término Perestroika fue usado en su discurso como síntesis de todo el proceso, relegando la apertura política a un lugar convenientemente subordinado.

En el discurso también se percibe el recelo temprano del gobierno cubano hacia las reformas soviéticas y se hace referencia a un proceso paralelo llevado a cabo en Cuba desde los tiempos del tercer congreso del Partido, en 1986, llamado “rectificación de errores y tendencias negativas” cuya finalidad era, según se infiere de las propias palabras de Castro, emprender cambios en el modelo, pero desacoplando al país del proceso de reformas soviético, a simple vista mucho más radical.

 

Ahora bien, después de presentar la terrible crisis en la que se adentraba el país, de rechazar tácitamente la índole de cambios que sus antiguos aliados habían experimentado y de negarse a mencionar siquiera la posibilidad de una mínima apertura política que permitiera al país estar en una mejor posición para enfrentar y superar la catástrofe económica, la parte argumentativa del discurso estuvo enfocada en plantear, ahora de manera expresa, el atrincheramiento del régimen frente a los derechos de sus ciudadanos.

 

Castro declaró que la autoridad del partido y del Estado no podía debilitarse un ápice y que la única solución a la crisis era el grupo gobernante, irónicamente el mismo que la había provocado, al alinear al país con un proyecto político fracasado.

 

Quedaba cerrada de antemano cualquier posible apertura política que permitiera normalizar relaciones con otros actores internacionales, pero, sobre todo, y esto es lo verdaderamente importante, quedaba anatematizada toda propuesta alternativa que pudiera nacer de la ciudadanía, cualquier forma de ejercicio de los derechos civiles, políticos y sociales que significara un cuestionamiento a la autoridad del partido y el Estado. Los conceptos de Patria, Revolución y Socialismo se mantuvieron arbitrariamente entrelazados, lo cual significaba convertir prácticamente en traición a la patria la simple presentación de una opción política diferente o de un proyecto social alternativo.

 

Derechos fundamentales como los de libre emisión del pensamiento, participación política, asociación y la mayor parte de los derechos civiles y políticos se mantendrían implícitamente limitados o cercenados.

Castro expresó, claramente, que no había alternativa posible a su Revolución y dejó entrever que la prioridad de su gestión sería la conservación del régimen en cuyo estrecho marco se intentaría, en segundo lugar, solventar la crisis a mediano y largo plazo.

 

Esto significó preservar el mismo entorno hostil al ejercicio de los derechos humanos que había caracterizado a la gestión castrista desde su acceso al poder, tal y como puede apreciarse en los casos que presentamos en nuestros informes en el ámbito de la libertad académica.

A continuación señalamos algunas de las ideas expresadas en el presente análisis, verificables en las citas del discurso:

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